miércoles, 27 de junio de 2007

28/06/07







Lima fue a penas


una flaqueza,


un sol anaranjado


bajo un cielo gris

lunes, 4 de junio de 2007

el té

-Mijito- ¿te hago un té?, ¿nos acompañas?
-No gracias, respondí-
En sus ojos rasgados un poco por la naturaleza, pero más por las vetas del tiempo se dibujó una tristeza honda. Cuando escuchó “no gracias” apretó suavemente los labios y tragó saliva.
Todos los días me pregunta si quiero té, con la esperanza de recibir un “sí” como respuesta. En realidad no soy muy amante del té, quizá se deba a esa rara afición que sentimos la gente del trópico por el café.
Siempre me siento una porquería cuando le digo “no gracias”. Y sin embargo sigo diciéndole “no gracias”.
A veces los observo escondido detrás de la ventana a los dos solos sentados en la mesa. En éste; su pacto cotidiano, curiosamente nunca hablan. Se lanzan miradas fijas pero las palabras nunca están invitadas a la mesa.
Ayer, cuando le respondí “no gracias” me fui al cuarto a leer unas cosas. Cuando salí del cuarto la casa estaba a oscuras. Se habían acostado. Fui al comedor, observé la mesa y ahí estaban las dos tazas, en sus respectivos platos. Sentí como si me hubiesen dado una puñalada y a oscuras lloré.
A fin de cuentas quizá, así sea mejor. Prefiero observarlos escondido, ya que el té para ellos es un rito, una procesión de silencios que aún no me atrevo a quebrantar.