martes, 24 de abril de 2007

Lunes


Las paredes color gris combinaban con los uniformes. La misma comida de todos los días les causaba un rechazo automático en el estómago. A las cinco de la tarde se les permitía una hora de recreo, el resto del día se las inventaban para no volverse viejos prematuros. Por ejemplo: Jaime jugaba en una esquinita con dos canicas que Juan le había regalado antes de partir. A Julieta le gustaba dibujar. Siempre se las ingeniaba para dibujar en cualquier pedazo de papel. Lo más que le gustaba era hacer soles y florecitas con una crayola amarilla que le había obsequiado Jorge cuando se fue. En el orfanato, cada vez que uno de los niños se iba, entre ellos se dejaban pequeños recuerdos. Faltaba poco para el lunes, día en que todos se irían a una nueva casa con nuevos padres. Y encontrarían tal vez una nueva mascota, nuevos vecinos, nueva comida. Era lunes.
Blanca era otra de las niñas que esperaba impaciente en el pasillo a que llegaran los nuevos futuros padres. Se acercaba la hora. A todos le sudaban las manos, unos se rascaban la cabeza o se mordían las uñas desesperados. La espera era eterna.
Llegó la hora y los nervios no faltaron. En pocas horas no quedó ningún niño en el orfanato, salvo Blanca sentadita en el pasillo con una crayola, dos canicas y un dibujo de un sol enorme con un par de florecitas amarillas.

domingo, 22 de abril de 2007

La cartero


Durante la dictadura militar, prácticamente no existían las mujeres cartero. Ella existía. Su trabajo era su mayor fascinación. Al principio se contentaba siendo puente entre gentes. No saber a ciencia cierta lo que llevaba en su bolso, ese trozo de misterio era su mayor satisfacción. A medida que la dictadura empeoraba todo cambió. Dolores Guzmán fue despedida de su trabajo por cuestiones políticamente obvias. A su edad, dice que valió, valió la pena ser cartero. Lo único que guarda de aquellos años es su fiel memoria y un paquetito de cartas amarillentas que ha guardado por treinta años.
Aún se le aguan los ojos. Las cartas tienen distintos destinatarios y todas dicen lo mismo:
-Hola, excúseme de antemano por robarle su tiempo. Escribo porque estoy solo y porque quisiera saber que se siente recibir una carta.-
Manuel García Guzmán.

Dolores guarda las cartas de su hijo detenido desaparecido, en un cofrecito color marrón, justo al lado de su almohada.

La poeta


Ella es una de las mejores poetas; de esas que nadie conoce. Domina magistralmente su campo literario y el sentimiento que éste conlleva. Brinca de felicidad cuando conoce algo nuevo. Se pasa las horas jugando con las hormigas, construyendo para ellas, pequeñas ciudades de cartón. Un día un amigo se burló de alguien que ella recién había conocido. Con sus dos manitas se cubrió el rostro y lloró.
María José tiene cinco años, aún no sabe leer ni escribir. Vive en algún lugar de Santiago. Su mayor virtud es que aún no conoce la palabra.

El maquinista

Siempre esperaba con ansias el fin del mes. Su padre lo llevaba de paseo en tren. De todo lo que normalmente hacía: ir a la escuela, caminar por el vecindario, jugar al fútbol con sus compañeritos o a las escondidas; prefería la ventana del tren. Se quedaba horas observando como el paisaje se transfiguraba, se alejaba hasta que desaparecía. A lo lejos los árboles lucían como pequeñas plantitas, los edificios eran de papel y las personas pasaban a ser minúsculas hormigas.
Años más tarde Marcos consiguió trabajo como maquinista del tren. Ahí dejó su vida. En los pequeños momentos en que se desocupaba de maquinar, trataba de evocar su infancia, pero sus recuerdos se alejaban, se volvían cada vez más chiquitos y desaparecían.

La planta de tus pies

Sólo a veces
sin proponértelo
en ese espacio breve
se asoma tímida
una plantita verde
a revelarnos
el mundo.

Poema cotidiano

Allá afuera las nubes son pequeñas islas
aunque nadie se percate.
Aquí adentro un anciano sonríe
contento de su contentura.
Allá afuera el esqueletito de la aurora
se despide.
Aquí adentro pienso en vos, y
guardo tu gesto en los
bolsillos, como siempre.

Viejo

Quise construir tu abrazo frágil
como un niño construye un castillo de arena
teniendo en cuenta que el mar
duele y no perdona.
Hacerte un inventario de las calles
que no conociste, que nunca habitaste
para ver como pasaba el tiempo y la ciudad.
Tu mano es puente, la proximidad del cariño.
Viejo.
Ya son menos los abrazos que nos quedan.
Y yo, que soy ese niño que hacía
castillos a pesar del mar
trato de construir tu abrazo
con las hilachas de ternura que derramas
aunque el tiempo pase
y con él la ciudad.