Fue a la cocina y abrió la tapa de la cafetera. Otra vez vacía. Enfurecido la arrojó contra la pared. El hambre le tenía las tripas deshechas. De pequeño creía que cuando alguien no comía en días, sus intestinos se comerían entre ellos. Hace mucho se dio cuenta que no era así, hace mucho; pero nuevamente le pasó por la cabeza esta posibilidad. Abrió la nevera con la esperanza de encontrar algo más que agua. La volvió a abrir por última vez. Cansado de siempre esperar a que apareciera algo de comer se tiró en el suelo a contemplar su casa vacía. Estaba cansado, cansadísimo más bien. A fuera llovía y el olor a tierra húmeda, mezclado con el de la pintura jodida de las paredes hacía pesado el aire. Estiró sus rodillas y los pies, cruzó los brazos y los apoyó en la cabeza. De pronto le vino sin motivo el recuerdo de todas las casas en las que había vivido. La lluvia siempre es una buena excusa para la memoria pensó. Cerró los ojos y ya era niño de nuevo. Ahora vestía unos pantalones cortos marrones, correa negra, camiseta gastada. Dibujaba en un escritorio pequeño que le había regalado su padre en su cumpleaños. No sabía bien que quería dibujar, miraba a su alrededor y nada. Hacía garabatos hasta que vio una figura. Trató de dibujarla para que no se le olvidase, porque sabía que si le sacaba la vista, la figura se desvanecería entre las manchas marrones y blancas de las losetas. Nunca mas la vio. Aquel día sintió cerca del esternón una sensación muy extraña que no supo explicar. Ahora dormía en el piso frio de madera, sin camisa, pantalones azules largos. Observaba a su alrededor y lo detuvo el sonido de un abanico de techo. El sonido le hacia sentir un poco miserable, aún así lo disfrutaba. Más tarde se contentó viendo a una pareja de mosquitos haciendo el amor. Los observó durante horas con una calma casi tierna, a fin de no estropearles el acto. Estaba fascinado mirando cada detalle de su vuelo, que era uno solo. Cerró los ojos para escuchar a la pareja con mayor atención. Parecía que bailaran suspendidos en el aire de un hilito. Un ruido estrepitoso lo sorpendió. Se levantó en una décima de segundo. Salió corriendo apresurado para que no le dieran una pela como la de hace tres días por su costumbre de vivir en casas abandonadas.
jueves, 3 de mayo de 2007
Las casa y la lluvia
Fue a la cocina y abrió la tapa de la cafetera. Otra vez vacía. Enfurecido la arrojó contra la pared. El hambre le tenía las tripas deshechas. De pequeño creía que cuando alguien no comía en días, sus intestinos se comerían entre ellos. Hace mucho se dio cuenta que no era así, hace mucho; pero nuevamente le pasó por la cabeza esta posibilidad. Abrió la nevera con la esperanza de encontrar algo más que agua. La volvió a abrir por última vez. Cansado de siempre esperar a que apareciera algo de comer se tiró en el suelo a contemplar su casa vacía. Estaba cansado, cansadísimo más bien. A fuera llovía y el olor a tierra húmeda, mezclado con el de la pintura jodida de las paredes hacía pesado el aire. Estiró sus rodillas y los pies, cruzó los brazos y los apoyó en la cabeza. De pronto le vino sin motivo el recuerdo de todas las casas en las que había vivido. La lluvia siempre es una buena excusa para la memoria pensó. Cerró los ojos y ya era niño de nuevo. Ahora vestía unos pantalones cortos marrones, correa negra, camiseta gastada. Dibujaba en un escritorio pequeño que le había regalado su padre en su cumpleaños. No sabía bien que quería dibujar, miraba a su alrededor y nada. Hacía garabatos hasta que vio una figura. Trató de dibujarla para que no se le olvidase, porque sabía que si le sacaba la vista, la figura se desvanecería entre las manchas marrones y blancas de las losetas. Nunca mas la vio. Aquel día sintió cerca del esternón una sensación muy extraña que no supo explicar. Ahora dormía en el piso frio de madera, sin camisa, pantalones azules largos. Observaba a su alrededor y lo detuvo el sonido de un abanico de techo. El sonido le hacia sentir un poco miserable, aún así lo disfrutaba. Más tarde se contentó viendo a una pareja de mosquitos haciendo el amor. Los observó durante horas con una calma casi tierna, a fin de no estropearles el acto. Estaba fascinado mirando cada detalle de su vuelo, que era uno solo. Cerró los ojos para escuchar a la pareja con mayor atención. Parecía que bailaran suspendidos en el aire de un hilito. Un ruido estrepitoso lo sorpendió. Se levantó en una décima de segundo. Salió corriendo apresurado para que no le dieran una pela como la de hace tres días por su costumbre de vivir en casas abandonadas.
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1 comentario:
SINCERAMENTE
muy bueno!
muy chulo :D
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