lunes, 6 de junio de 2011

Los hijos

Los hijos se van, y aunque nunca se sabe cómo, es importante dejarlos ir. Dejar ir no es desprenderse, un tanto más es como querer desde el otro extremo. Mi hermano se fue. En silencio, mis viejos lo extrañan. Ella duerme pasado el mediodía, más de una vez ha saltado la ocasión de teñirse el pelo. A veces se le olvida y pone otro par de cubiertos en la mesa.
Él hace lo propio. Organizándole un par de discos que dejó, se magulló el brazo con el borde del escritorio. No fue nada, dijo. No me duele. Pero le quedó una marca notable, fea, y con sangre coagulada adentro. Tengo la piel de cebolla, se excusó. Y quizá eso sea la vejez. Vivir en calma, fervorosamente con aquello que no está.