martes, 15 de marzo de 2011

Él barre

a mi amigo lalo, que es mexicano y buena gente.

Él barre y yo lo veo barrer. También habla, en modo automático, para nadie o para sí mismo. Hago que lo escucho, pero me fijo más en un caracol pegado al muro que está justo antes de un limonero enfermo, cerca de las matas de plátanos. Dice que en Japón ha muerto mucha gente, que en Chile se han derrumbado muchas casas, que hace un año también lo habían hecho. Yo le digo que no barra, que barrer es inútil. Entonces una hormiga molesta al caracol y el caracol mueve sus antenas, supongo que un poco enojado. Figúrate, esto que es una isla, se inundaría todo. Menos nosotros, le digo. Sí, por lo menos aquí no pasaría nada, dice. Por aquí nunca pasa nada, pienso.

Las hojas suenan y es bonito oírlas crujir. Ha barrido una parte considerable de ellas, con las hojas se mezclan unos capullos diminutos que caen desde los árboles. Es raro ver barrer. Es raro ver a alguien ocupado en algo, parecería como si estando, el otro no estuviese. O como una escena muy bien lograda en una película, pero no exactamente. The life of others, por ejemplo. Ahí el que espía se enamora de los gestos, de la vida del espiado, entonces uno quisiera tener la soltura del otro, presenciar siempre eso, la naturaleza de lo cotidiano. Yo por eso casi no veo películas, porque en ellas busco que se logre eso, y eso casi nunca pasa. Prefiero esto de ahora, saber que él barre. Saber que enfrente hay un caracol.

lunes, 14 de marzo de 2011

El hechizo

A pesar de la hora, tenía ganas de llamarla para decirle que había roto el hechizo, que por fin había escrito algo, que hace mucho no lo hacía. Tenía ganas de llamarla para contarle que había escrito sobre un hombre que había roto el hechizo, que por fin había escrito algo, que hace mucho no lo hacía.