martes, 1 de diciembre de 2009

soledad

ver una cucaracha
y no matarla.

sábado, 26 de septiembre de 2009

a pepe hierro



Yo ya no sueño
ni aún cuando recuerdo
lo que me queda por soñar.

martes, 11 de agosto de 2009

gravedad

antes de Newton todos volaban.

miércoles, 29 de julio de 2009

________

vivirse más
morirse menos

vivir sé más
morir sé menos

miércoles, 27 de mayo de 2009

Ravioles con galletas export soda

Ravioles con galletas export soda



I

No sé por que escribo esto. A mi también me da miedo enfrentarme a la página en blanco o peor aún, a la pantalla blanca, amenazante. Creo que escribo porque acompaño un vino buenísimo que me regaló el viejo Max con unos ravioles que ordené al restorant italiano. Ordené ravioles en salsa roja porque dejaron de hacer los ñoquis y no me quedó de otra. El dueño del restorant, un tipo gueso él, de nombre Gino, dice que ya la gente no los estaba pidiendo. Bueno, es una lástima.
En fin, los ravioles los ordené para tener algo que acompañara dignamente el vino que me trajo Max hace un par de días. Es curioso, pero movido por un impulso casi involuntario fui a la cocina a buscar un paquete de galletas export soda para mojarlas en la salsa roja. Era el último paquete que quedaba. No me acuerdo cuándo compré esas galletas. Debió haber sido para algún huracán, no sé El caso es que esta extraña mezcla de galletas con ravioles –no quiero imaginar esa mezcla en mi estómago- me hizo pensar en algo que recuerdo, pero muy vagamente, a medias.

II

Le decían El Gato. Ninguno de los niños nunca le cuestionó el porqué. Lo menos que tenía era cara de gato. A esa edad muchas cosas son así porque sí, porque ya alguien las ha decidido por uno. El Gato no era El Gato cuando jugaba a los Centinelas Galácticos junto a los otros niños. Era el rojo. No era colorado, tampoco tenía la piel rojiza. Era el rojo porque siempre llevaba puesto un abrigo de lana roja que su abuela le había tejido.
Era el único niño capaz de corretear, saltar, y ser un auténtico Centinela Galáctico dentro de aquel abrigo rojo a casi más de noventa grados de temperatura. El sol resquebrajaba la tierra y derretía el ya cuarteado asfalto. Nadie le cuestionaba su rara costumbre de llevar puesto aquel abrigo. A esa edad alguien o algo ya ha decidido por nosotros. Lo cierto es que El Gato, cuando no jugaba a ser un Centinela Galáctico y dejaba de ser El Rojo, era poco más que un niño problemático, perdido, ausente. Eso. Era un niño ausente. ¿Cómo se es; mientras se está ausente? Difícil saberlo. Tampoco El Gato lo sabía. La hora del almuerzo, por ejemplo, le provocaba la sensación de tener un guante de pelota en el estómago. Esperaba la fila obedientemente intentando que ningún otro niño se le colara. Agarraba la bandeja color crema, luego con una mueca de asco se sentaba sin mirar a nadie y comía a grandes cucharadas para que el trauma fuera pasajero.
Laura estaba sentada a su derecha y Mario a su izquierda. Mario quería ser como Carlitos Colón cuando grande y en el almuerzo mezclaba toda la comida: el postre, el chocolate, los vegetales, el arroz, para incrementar su fortaleza y poder ser, al fin y al cabo, Carlitos Colón.
Laura observaba de reojo a aquel niño flaco, pálido, sin gracia dentro de aquella lana roja. El Gato, como en un transe, comía lo más rápido posible para que la tortura no se extendiera más de la cuenta. Laura era flaquita y de ojos redondos. Tenía el cabello color castaño. Más arriba de la frente se le formaban pequeños remolinos un poco más claros que el resto del cabello. El Gato no había visto nunca a Laura. Ella a él sí. Y lo quería del único modo en que se quiere a esa edad. Aquel día el menú estaba compuesto por ravioles, galletas export soda, jugo de uva y frutas mixtas en conserva. A El Gato no le gustaba ninguna de las comidas que servían en aquella escuela. Particularmente la mezcla de las galletas export soda, algo tan de huracán, junto con los ravioles. Laura lo observaba todo el tiempo. Siempre de reojo. Lo atajó diciéndole que si él descartaba las galletas ella se las comería. Esto a El Gato le causó un rechazo automático y decidió derramar los restos de su bandeja encima de la niña. Laura lloró.

III

Son casi las nueve y ya debe estar por venir Esther del trabajo. Trabaja en una firma de arquitectos y llega muy cansada. La pobre… Debe tener hambre, le guardé un poco del vino y por supuesto había ordenado ravioles para ella. Debo ir al puesto de la esquina a comprar galletas. Con Esther estoy casado hace poco más de un año. Es perfecta. La mujer a la que cualquier hombre quisiera aspirar. Linda, trabajadora, inteligente, sencilla. Tiene una hermana gemela llamada Laura que también es linda. Con Esther me casé, entre otras cosas, porque de niña odiaba los ravioles con galletas tanto como yo.

domingo, 17 de mayo de 2009

anotación # 11

A veces los maderos
un barco
el color azul
las islas se cansan de flotar

sólo entonces
el mar renuncia al mar
y aparece en mi ventana.

viernes, 8 de mayo de 2009

foto

Tus ojos
no los de ahora
¿aguantaron el peso del mundo
que les cupo ayer?
Pasaron tus ojos
como pasó el horizonte
que no vi contigo
adiós a la música
que callaron nuestras manos
al temblor de tanto invierno
pasado por alto
Con un hilo de ése chaleco lila
que tienes ahí puesto
un niño hizo una cuerda
para acercar nuestros paisitos
Nunca tuve talento para dibujar Abuela
pero igual dibujé todos los aviones que pude
están en la misma caja de zapatos
en que te guardo.

sábado, 2 de mayo de 2009

In memoriam

Hace poco en mi país murió uno de los mejores poetas: Jose María Lima. Su obra prolífica, ha sido injustamente poco difundida. Mario Benedetti a penas respira en una clínica de Montevideo. Casi respira y se le ha ocultado, por miedo a que empeore, la noticia de que su amiga, la poeta Idea Vilariño, falleció también a sus 89 años hace un par de días. Idea fue esposa de Onetti. Se va uno de nuestros grandes, Uruguay pierde a la única mujer de la generación del 45 y ve como la salud de Benedetti se rompe.



Ya no

Ya no será / ya no / no viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme. / Nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros. / No llegaré a saber por qué / ni cómo nunca ni si era de verdad / lo que dijiste que era / ni quién fuiste / ni qué fui para ti / ni cómo hubiera sido / vivir juntos / querernos / esperarnos / estar. / Ya no soy más que yo / para siempre y tú ya / no serás para mí / más que tú. / Ya no estás / en un día futuro / no sabré adónde vives / con quién / ni si te acuerdas. / No me abrazarás nunca / como esa noche / nunca. / No volveré a tocarte. / No te veré morir

Idea Vilariño



Enrique Vila-Matas dijo que los poetas no mueren precisamente porque mueren, a veces le creo.

Presentación

domingo, 5 de abril de 2009

Sin título

He olvidado de memoria
todas las mujeres que
alguna vez autorizaron
el cariño,
de golpe uno está solo
sin siquiera la posibilidad
de mirarse cara a cara
en un espejo abandonado
que le devuelva
la miseria de la noche anterior,
sin el breve alivio
de descansar el frío en otras manos
o la repentina estupidez de
decirte al oído nuevamente que te quiero,
de golpe uno está solo
sin la sombra de un mismo árbol
o paraguas
y no queda más que echarse al piso,
mirar el techo y esperar, intensamente,
que nada pase.

jueves, 26 de marzo de 2009

Mono Frequency Lamp



Hace un tiempo vi esta luz. A simple vista parece un objeto común, una lamparita de diseñador. Pero no. Es una pieza de Olafur Eliasson, (Copenhague, 1967). Ha sido la única pieza que he visto de él y no se necesita más para saber que se está ante un genio. La pieza está constituída por tres paredes falsas que forman una especie de cuartito. Y en el medio la luz. Parece simple, pero tampoco. Es una obra democrática, puesto que una vez se cruza la frontera del afuera y se entra al cuarto de luz, todo se ve en blanco y negro. Es democrática porque uno no se ve, a penas nos podemos ver una manga de camisa, los zapatos, un pedazo de pantalón. Pero para que la pieza cobre más sentido hay que entrar con otra persona o ver a un extraño dentro del mismo cuarto y sentir que se está en un filme o en una foto; y que el otro siente lo mismo cuando nos ve. Nunca imaginé el mundo en blanco y negro, mucho menos que una luz fuera capaz de lograrlo. Todo se completa cuando se sale del cuarto y volvemos al technicolor. Aquel día, fuera del cuarto una niña que también había entrado, tironeaba a su madre del pantalón diciéndole con una mueca extraña, y restregándose los ojos, que seguía viendo blanco y negro. La madre no le creyó. Por solidaridad me restregué también con ambas manos y le guiñé un ojo.

miércoles, 25 de febrero de 2009

El bhúo

La noticia me llegó desde la fila de atrás. Unos chamacos de la escuela del pueblo hablaban y repasaban las estupideces cotidianas hasta que uno, al que no le vi la cara, interrumpió -Se murió el bhúo-.
Los otros tres hicieron silencio. Más tarde bromearon con aquella verdad para achicarla y hacerla más liviana, menos irremediable. Lo cierto es que me jodieron el día. Porque yo no tengo esa capacidad de hacer las cosas portátiles, de bolsillo.
Con el bhúo no crucé nunca una palabra en los siete años en que tomé su guagua. Tampoco creo que hiciera falta.
La diferencia estaba en que su mutismo se debía a su falta de dientes, y a su tristeza prehistórica. El mío era otra cosa. Además, treinta años tras aquel volante fueron el tiempo necesario para que no le interesara quién iba o dejaba de ir en su guagua. Los chamacos ya se habían bajado. Mi parada estaba cerca y por suerte una señora gritó el mismo destino y me ahorró el gasto innecesario de saliva. La guagua se detuvo. El nuevo chofer, un poco más joven y sonriente todavía, nos deseó un buen día. No contesté.

miércoles, 28 de enero de 2009

Crisis

-Me gusta caminar. Lo disfruto. No sé bien cómo lo hago, pero lo hago. Las piernas ahí solitas se mueven. Adelante, pa'atrás, saltan un segundo, aceleran, se detienen y así. Soy del grupo que, frente a una escalera eléctrica y otra común, prefiere la última. El modo antiguo y simple. No importa el lugar. Así lo hago siempre y como te dije, me gusta. Ayer, estando en el tren, la escalera eléctrica se dañó. Y parece que la gente que usaba la escalera también. Era una tragedia tener que caminar. Durante algunos segundos varias personas se miraban, pareciera que hubiesen olvidado lo que se aprende a los dos años. Sentí la mirada fija, en la nuca, de una señora gorda que seguía mi descenso en la escalera del lado. Los que usualmente caminamos no nos afectan esas pendejases, en cambio, la gordita está acostumbrada a su escalera y olvida pronto cómo caminar-.

Así me respondió el que vende la lotería, cuando le hablé de la crisis económica.

miércoles, 14 de enero de 2009

vaticinio

Es invierno acá adentro. Tomo litros de café para espantar el frío y ganarle tiempo al sueño. Organizo, reviso, formulo papeles, trabajo como mula en esta oficina por un sueldo ofensivo. Pienso todo esto, mientras imagino cómo estará el día y la gente allá afuera.

No es fácil vivir en el trópico.