miércoles, 26 de mayo de 2010

anotación #12

Cuando los fines
se queden ya sin fin
nacerá algún comienzo.

sábado, 10 de abril de 2010

Cita al dentista

Hace un tiempo escribí algo sobre pájaros que brillan y estrellas que vuelan. Hace también otro poco de tiempo estuve en el dentista. Una cosa no tiene que ver con la otra, pero no me importa. Que una cosa no tenga nada que ver con la otra, a veces hace que sí tengan que ver.
En la salita de espera habían dos niños: una niña y un niño. Estaban bastante asustados, y cómo no. Los dentistas asustan, a mí también me dan su poco de miedo. Sobre todo por su exceso de imaginación. Inventan problemas y cirugías y brackets y todas esas cosas.
En un televisor pequeño pasaban el programa de la señora dominicana, la gorda, cuyo nombre ahora mismo no recuerdo. Y eso añadía a mi hastío. Pero la secretaria era linda, como pocas secretarias. Nunca había visto a una secretaria linda, debe ser porque nunca voy a lugares donde las haya. Hasta me dieron ganas de ir al dentista más seguido, pero no. Tampoco tanto.
A los quince minutos -más o menos- se abrió la puerta y, como cada vez que se abre una puerta miro, miré. Entró una señora mayor, delgada y con el pelo teñido. Les sonrió a los niños y ellos respondieron a aquella sonrisa.
Conversó con la secretaria con soltura, casi con familiaridad. Quizá vaya mucho allí. Las madres de ambos niños (se me había olvidado mencionarlas) tenían cara de pocos amigos, y yo no era la excepción. Sobre todo por el televisor. De improviso la señora mayor sacó una bolsa transparente que dejaba entrever unas cosas de colores que no supe qué eran hasta un rato después.
Hacía un frío peludo, como en toda oficina de este país, cosa absurda y más absurda allí. Yo estaba cerca de la puerta de cristal y al otro lado de la calle vi a un hombre que se secaba el sudor de la frente.
En la bolsa había origamis. La señora los desparramó en la silla que estaba a su lado y con la mano invitó a los niños. Jugaron por un rato. Y también aprendieron a hacer su figurita. La señora era bastante rara, por un momento no supe si ella era la niña o ellos los viejitos, o ella los igualaba, o cada uno continuaba siendo cada uno.
Después de ponerme los espejuelos pude ver que las figuritas eran pajaritos, -más bien parecían gansos, y estrellas. Una vez me trataron de enseñar a hacer esos pájaros, pero me despisté y no aprendí.
Pasaron unos minutos y la secretaria llamó a los niños para ser atendidos, al rato me tocó a mí. Antes de entrar la señora me llamó con un psss y me regaló una estrella. –Hay que compartir. El que no comparte, pierde la mitad de la vida– dijo y sonrió. Yo no supe qué hacer y dije –gracias– y también sonreí.
Salí de la consulta y de las manos de una enfermera buena gente que me contó muchas cosas de su vida y yo con la boca abierta de par en par, y la señora de los pajaritos: kaput, no estaba.
Miré por última vez a la secretaria, pero no se dio cuenta porque hablaba por su celular, y cuando le gente habla por esos aparatos no miran. Igual me fui contento, a pesar de que me encontraron una carie. La estrellita la guardé en mi bolsillo izquierdo. Afuera el sol calentaba mucho y al poco rato me tuve que secar el sudor de la frente.

domingo, 21 de marzo de 2010

saturación del optimista

Todo está
por perderse;
no perdido.

martes, 2 de marzo de 2010

Réplica a Juan

Hay días que uno no sabe si amanece como continuación del día anterior. No hablo de alcohol. Hablo de esos días que uno amanece como en otro mundo, sabiendo que irremediablemente está en el de siempre. No sé si esto es triste o no. Pero no todos los días son continuación. Los amigos, por ejemplo. Uno comparte con amigos o algo parecido y no todo es continuación. Hace un tiempo que tomé una clase con Juanluís –nunca le he preguntado por qué su nombre se escribe así– Y ningún día era continuación. Uno lo veía, le hablaba, lo abrazaba (porque dan ganas de abrazarlo) y cada día era sentirse como en otro mundo y siempre estando en este.

Juanluís es un tipo triste, él lo sabe. Si no le hablas difícilmente él lo hará. Las palabras le salen a cuentagotas, como migas de pan que alguien lanza por caridad, porque no hay otro remedio y son casi un milagro. Pero uno sabe que no es adrede, sino que simplemente no habla o lo hace poco.

Hay silencios repugnantes, como cuando se está con una mujer que recién se conoce y ninguno de los dos habla y uno quiere escapar, echar a correr para engañar al cuerpo y hacerle creer que escapa. Pero el silencio con Juanluís era otra cosa. El silencio con él era un sitio común y corriente, una esquina en la que uno se sienta, o un sillón caro de ésos que ambos jamás llegaremos a tener.

Ya no tomo la clase -bastante mala por cierto- con Juanluís. A veces me lo cruzo y le pregunto que cómo está, sabiendo que nunca lo sabré y quizá tampoco nadie. Y es que cómo uno sabe cómo está. Yo no sé qué es estar.

“Aveces pierdo el control y digo cosas que no debí haber dicho. Aveces pierdo el control y no digo las cosas que debí decir”. Estas dos líneas son de Juanluís. Si uno se fija: “Aveces” está escrito junto. A mí me enternecen las faltas de ortografía de él. Creo que, más que faltas, son añadiduras. Porque si uno ve más allá, lo que se escribe desde ésa víscera que uno tiene y siempre o casi siempre esconde, las cosas salen sin correcciones, imperfectas, como todo lo bueno.

Estas dos líneas son las más, las más babillosas, por llamarlo de algún modo, que he leído en buen tiempo. No creo que tenga que explicar el porqué ni que haya mucho que decir. Realmente siempre hay muy poco que decir.

Los días que son continuación son, por lo general, alegres, conocidos, previsibles. Con Juanluís, ahora viéndolo poco y cruzándomelo poco también, ningún día es continuación. No sé por qué. Quizá sea por sus pocas palabras, por un silencio siempre renovado, o la tristeza que le veo en la cara y las manos y que admiro. Siempre he admirado la tristeza y no sé por qué. Hay que tener huevos para estar triste.

lunes, 22 de febrero de 2010

una banca

Find a place and refuse to settle,
find a settle and refuse to place it.
-Luis Felipe Lomelí-



Después de largas traducciones/logramos instalar aquella banca/allí donde no es posible hallar ningún lugar/y ninguna raíz aporta su raigambre milenaria/su estar/después/ mucho después de no lograrlo y buscarlo poco/o de tus clases sobre el mundo/lo logramos/aquella banca estuvo/siempre estuvo/primero en el aire/en el compartido y no nos dimos cuenta/lo que decías/en mi idioma o en los tuyos/ aportó siempre a aquel hallazgo/a que todo lo que juntos imaginamos tuviera forma de banca/y se instalara/allí/donde no es posible hallar ningún lugar/

La flor de tus cabellos/la que puse en tus cabellos huele amarilla todavía/en algún zafacón/pero aquello no era una flor/era más/como el circo diminuto que dibujaste en mi mano/y que borró la lluvia/ahora andará de gira quién sabe en qué país/o quizá un niño lo atrapó antes/o después de que se disolviera por completo/o tal vez la lluvia no lo borró/como esos detallitos/que se van para no irse/y se quedan/

Todo fue una excusa/todo es una excusa/las calles/los edificios/el café/las tardanzas/mis despistes/los besos/tu bicicleta/el abrazo/las cicatrices/las líneas que parecen cicatrices/los trenes tardíos como cicatrices/y otra vez la cicatriz/

Tuve/ siempre/ poco talento para contestar a tus preguntas/a penas sé atarme los zapatos/y todavía coloco el dedo en el medio/no sé qué es la soledad/y me preguntaste/imaginé una plaza con muchas palomas/con el tiempo vimos esas mismas palomas/tú mirabas sólo a una/su vuelo fácil/y ahí estaban/resumidas/todas las palomas/

Después de largas traducciones/logramos instalar aquella banca/allí/donde no es posible hallar ningún lugar/lo lógico sería ocuparla/habitarla y mirar con la mirada diferente aquellas mismas palomas/pero no/ya no/hay que instalar ahora una nueva banca/aunque no sea posible ni un lugar/es presciso otra/sin raíz/otra/que por fin nos merezca/

miércoles, 10 de febrero de 2010

error

el fin
justifica
los miedos.

martes, 9 de febrero de 2010

panorámica #1

El cielo fue la intermitencia
de pájaros fatigados
la barriga blanca y lisa
de un avión sin retorno;
la implacable huída de una nube
en su carrera habitual hacia la nada.