Mi viejo era gerente de un cine en San Juan. Ese día, me cuenta, arreglaba unas cintas nuevas que le habían llegado. Le tocaba hora de almuerzo. Afuera llovía tupido y gris, no tuvo más remedio que esperar a que escampara. Aquel día el cine estaba vacío; solo él, algunos empleados y una radio. Encendió la radio, sintonizó las noticias. Era septiembre del año setenta y tres. En la radio, me dice, “anunciaban el golpe de estado que tanto temíamos escuchar”. Sus ojos pequeñitos brillaron gris y no pudo contarme más.
3 comentarios:
este cuento es lo suficientemente poderoso, nos e como un blog lo aguanta
Es muy difícil decir MUCHO con pocas palabras...
Excelente trabajo.
En la acera del frente una señora extendia la mano, agachada, mirando charcos y huesos. Nadie paso cerca de ella, algunos brincaban por entre llantas y humo, otros se cubrian las narices, y una niña de vestido azul, traia ramitos de flores amarillas, lego sin más una a la señora. La señora le tomo y empezo a comerla.
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