viernes, 8 de febrero de 2008

Cumpleaños

-Siempre fue difícil regalarle. Se acerca el cumpleaños y no se me ocurre nada. Más, ahora. Se han abierto huecos, profundas distancias entre ambos. Desde que mamá murió...
Sé muy bien que al viejo nunca le han gustado las celebraciones, y menos las dictadas exclusivamente por el calendario. Tampoco es bueno para los festejos alborotosos. Lo sé, pero igual tengo que obsequiarle algo. Me siento en la obligación, es como una forma de decirle que todavía estoy, que sigo ahí.
¡Carajo!qué le regalo. Nunca creí que fuera tan malo para estas cosas.Y con todo el trabajo de la oficina no puedo, digamos, pasarme el día entero pensando en un simple obsequio. Maldigo el día en que decidí trabajar en esta oficina. Jamás me creí capaz de calentar una silla durante tanto tiempo. Pero si no, ¿quién va a mantener a Sofía, a los niños? Quisiera largarme a la mierda. Dejarlo todo. ¡Bahhhhh! a quién engaño, soy un cobarde. Además, no puedo dejar sola a Sofía, a los ninos, al viejo. Sobre todo al viejo.-

Se levantó como de costumbre, a eso de las seis y cuarto. Tomó el café con parsimonia. 17 de octubre. Era viernes feriado. Se despidió de Sofia, los niños dormían. Abrió el paraguas, acomodó el periódico debajo de su brazo izquierdo y salió a la calle. Caminó durante horas con la mente en blanco, ocupada de a ratos en el regalo y en no pisar, por supuesto, ningun charco en la vereda. Se detuvo más tarde en un puesto de flores. No encontró mejor regalo. Desde que mamá murió...
Una gorda con dos trenzas escogió las mejores y le empaquetó un ramito de diversos colores. Pagó por las flores. Observó la cara interna de su muñeca. Nueve y media. Estoy a tiempo dijo en su mente.
Cruzó la calle y se detuvo de frente a la entrada. Las puertas estaban de par en par. En ese momento entraban un feretro, Javier se hizo a un lado e inclinó lentamente la cabeza en señal de respeto.
Conocía perfectamente el camino para encontrar al viejo. Desde que mamá murió...
Divisó a lo lejos la pequeña figura de su viejo. Sintió lástima. Siguió caminando hasta que lo encontró en el piso, durmiendo como un feto en la yerba embarrada. La barba blanca con tonos amarillentos, la ropa estropeada, todo un desastre. Enmudeció un sollozo mínimo. Ella tendría hoy sesenta y siete. Desenvolvió el regalo y depositó las flores en las manos de su viejo. El viejo dormía.

4 comentarios:

Ser Aquí dijo...

hey! Te encontré hace unos días y me gusta mucho lo que escribes... te leeré a menudo. saludos

Ser Aquí dijo...

No me gusta sólo una línea... hasta ahora me andan gustando todas... Un abrazo

Unknown dijo...

Ay, me gustó!, mucho... el último párrafo es precioso. Lo encontré tierno.

Un beso

Boina Descalza dijo...

me gustó el cuento...

un abrazo!